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martes, 11 de octubre de 2016

Una Alabanza de Gloria


“Hemos sido predestinados, por decisión del que lo hace todo según su voluntad, a ser alabanza de su gloria” (Ef 1,11-12)
Laudem gloriae, Alabanza de gloria, es el nuevo nombre, que hizo suyo Isabel de la Trinidad. 

Isabel compartió esta perla preciosa con su hermana pequeña, Guita. En las confidencias que tuvo con ella, en las numerosas cartas que le escribió, le abrió de par en par su corazón, le contó su intimidad.

Agotada por la enfermedad, Isabel escribe para su hermana un tratadito que, más adelante, la priora de su convento titulará “El Cielo en la Fe”, en el que describe su vocación de Alabanza de Gloria. Son sus experiencias personales, sus más profundas vivencias.

Con profunda emoción, sin apenas fuerzas, Isabel va dibujando sobre un modesto cuaderno escolar el testamento que deja en herencia a su hermana. Isabel quiere que, al morir ella, su vocación de Laudem Gloriae la continúe su hermana. “Tú me sustituirás. Yo seré Jaudem Gloriae ante el trono del Cordero y tú, Laudem Gloriae, en el centro de tu alma”.

Ser alabanza de la gloria de Dios, de las huellas de Dios en la humanidad y en cada ser humano, es también nuestra vocación. La alabanza es la lenguaje que el Espíritu nos enseña. La alabanza es la respuesta al Amor que nos inunda.


Isabel nos lanza este reto: Convertirnos en Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Nos ofrece pistas para lograrlo. “Seamos, en el cielo de nuestra alma, alabanzas de gloria a la Santísima Trinidad y alabanzas de amor a nuestra Madre Inmaculada” (CF 43). Que su cántico nunca se interrumpa.

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