Buscar

miércoles, 19 de octubre de 2016

Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz


San Juan de la Cruz era un hombre entrañable, cercano y con una gran capacidad de relación. Sobrio siempre, con la moderación de quien ha aceptado ser templado por la vida primero, por Dios después, chocaba con su querida Teresa de Jesús, como ella misma reconocía. Pero eso no le impidió entrar en el diálogo más profundo con ella. Ese diálogo es una muestra de la actitud que caracterizó a Juan, siempre abierto a compartir, a aprender y a darse a sí mismo.

Noche Oscura - San Juan de la Cruz


San Juan de la Cruz nos ayuda a preparar el encuentro con Cristo, el Señor, a descubrir su Amor y su Presencia allí donde Él se esconde, en los más necesitados. Dios viene a nosotros, pero necesitamos esperarle como Él quiere presentarse y por dónde desea venir. No pienses que le interesa otra cosa sino tu amor concreto a las personas que le representan. A la tarde de la vida, de cada día, en la tarde de hoy te pregunta por tu amor. No prepares otra respuesta. No aprendas otra lección. No le busques en otro sitio ni le esperes por otro camino.

San Juan de la Cruz y la Virgen María

              Síntesis del pensamiento mariano de San Juan de la Cruz


En comunión con el misterio de Cristo. En los Romances sobre el Evangelio de San Juan (nn.8-9), clave bíblica de toda la doctrina de San Juan de la Cruz en la perspectiva de la historia de la salvación, la Virgen aparece en el esplendor de su comunión con la Trinidad, en su privilegio y misión de ser Madre del Verbo Encarnado, en la aceptación y consentimiento de la obra de la redención; la Virgen María es testigo del misterio, "Madre graciosa" que trae en sus brazos a Dios, Esposa-Iglesia y Humanidad en la que se han consumado los desposorios de Dios con el hombre: "abrazado con su esposa, que en sus brazos la traía".

El vértice de esta comunión se alcanza en la cruz, cuando la Virgen participa en el dolor redentor de Cristo, aunque esté exenta de pecado, y no sufra porque tiene que ser purificada, sino porque Cristo la asocia a su acción salvadora (Cántico B, 20,10; Cántico A 29,7).

Modelo de contemplación y de intercesión,  Modelo de confianza, discreción y atención en las Bodas de Caná, la Virgen hace valer su poderosa intercesión ante su Hijo: "El que discretamente ama no cura de pedir lo que le falta y desea sino a representar su necesidad para que el Amado haga lo que fuere servido, como cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de Galilea, no pidiéndole derechamente el vino, sino diciéndole: "No tienen vino (Jn 2,3)".


La presencia de la Virgen está implícita en este pensamiento del Santo: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”. María es el silencio contemplativo que ha acogido la Palabra.

Por eso Juan de la Cruz, uniendo siempre María y Cristo, puede exclamar:
"la Madre de Dios es mía" (Oración del alma enamorada).

San Juan de la Cruz, amigo

San Juan era muy comunicativo, porque siempre buscaba el bien de sus amigos. Una de las claves de su escritura, como amigo y como acompañante, es la de liberar interiores. Disminuir las angustias que traban el corazón, quitar obstáculos.

"A la tarde de la vida te examinarán en el amor"


A Juan de la Cruz se le reconoce como poeta y místico. Un creador, un inspirador tal vez, un hombre bueno e íntegro. 

Su lealtad y sinceridad, su capacidad para el encuentro y la comunicación con los otros en igualdad hacen de Juan de la Cruz un buen amigo para quienes se acercaron a él mientras vivía y para quienes siguen entrando en conversación con él.

Su camino espiritual tiene un horizonte claro: la unión de amor, la igualdad de amistad. Juan dirá que la persona no tiene más de una voluntad, de modo que la amistad humana y la divina corren idéntica suerte. Porque el ser humano no está hecho de piezas sueltas, sino que es una «caverna profunda», de inimaginable hondura y toda ella comunicada por dentro.

Sabía que de todo se puede hacer una máscara. De ahí su empeño en eso que llamaba «desnudez», es decir, ausencia de remilgos, apaños e intereses. Sin esa desnudez no se puede vivir en la amistad, que él definía así: «que cada uno es el otro y que entrambos son uno». Con esa radicalidad se planteaba las relaciones, nunca superficialmente, siempre buscando crecer.

Por eso, Juan de la Cruz, tan reconocible como amigo de Dios, es tan amigo de sus amigos y de las personas que la vida puso a su paso, con las que creó auténticos lazos.

El tiempo que fue confesor en el monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa era priora. 

No le gustaban las visitas de cumplimiento, porque le desagradaban las relaciones interesadas, los formulismos y las apariencias. En cambio, jamás rehusaba el encuentro personal y fraterno. Cuando tenía noticia de que alguien sufría, no esperaba a ser buscado, se adelantaba y era capaz también de mostrar su necesidad, de acoger y agradecer el afecto de sus amigos.

Juan era más comunicativo de lo que se sospecha, porque siempre andaba buscando el bien de sus amigos. Una de las claves de su escritura, como amigo y como acompañante, es la de liberar interiores. Disminuir las angustias que traban el corazón, quitar obstáculos, hacer visible lo estéril para superarlo y dar alas. De ahí su empeño en compartir la confianza que había en su interior: «arroje el cuidado suyo en Dios», dirá a sus amigos con frecuencia.


Son solo unas pinceladas del amigo que fue Juan de la Cruz, que sigue ofreciendo su amistad auténtica con su palabra compañera.

domingo, 16 de octubre de 2016

Isabel de la Trinidad, testigo de la Misericordia de Dios



“Todos estamos llamados a comprender y vivir el amor de Dios, a experimentar su misericordia infinita, en todos los estados de la vida y a cualquier edad”, con estas palabras Isabel de la Trinidad explicaba a una joven adolescente la grandeza de la misericordia de Dios (Carta 324) y la animaba a seguir a Cristo en el camino del servicio.

Como cada 8 de noviembre, se recuerda en el Carmelo la figura y la obra de la Beata Isabel de la Trinidad, también conocida como Isabel de Dijón. Fue una religiosa y mística francesa de la Orden de los Carmelitas Descalzos, nació el 18 de julio de 1880 en el campo militar de Avor, diócesis de Bourges (Francia). En 1901 ingresó en el Carmelo Descalzo de Dijon, donde profesó en 1903. Allí falleció el 9 de noviembre de 1906 para irse – como dijo ella – “a la luz, a la vida, al amor”.

Adoradora auténtica en espíritu y verdad, llevó una vida humilde, acrisolada por intensos sufrimientos físicos y morales, en alabanza de gloria de la Trinidad, huésped del alma, hallando en este misterio el cielo en la tierra y teniendo clara conciencia de que  constituía su carisma y misión en la Iglesia. Desde pequeña, “Sabeth”, como la llamaban cariñosamente, tenía un temperamento muy vivaz. Después de que recibió la Primera Comunión en 1981, Isabel se volvió muy calma y tranquila, abierta a la relación con Dios (sobre todo con la Trinidad) y con el mundo. Cuando entró al coro parroquial comenzó a hacer obras de caridad, como asistir a los enfermos y enseñar el Catecismo a los niños que trabajaban en las fábricas.

Isabel de la Trinidad, a pesar de su juventud, deja ver una evolución muy clara en su vida respecto a la misericordia de Dios. No olvidemos que nació en la Francia jansenista, donde el temor a Dios acosaba a los fieles, llenándoles de turbaciones, escrúpulos y desalientos. Isabel, antes de entrar al Carmelo, comienza a leer a Santa Teresa de Jesús y la Historia de un alma de Santa Teresita (que entonces no era sino una joven francesa que había muerto en un Carmelo recientemente) y ambas le impactan profundamente. Su relación con Dios, un Dios amigo y amoroso siempre y en toda circunstancia, es algo con lo que la próxima postulante al Carmelo se siente identificada.

Isabel de la Trinidad es un ejemplo relevante de la fuerza del amor y de la eficacia de la oración, en orden al conocimiento perfecto de Dios. Por ese camino descubrió los matices del misterio trinitario, y lo vivió según la plenitud de la capacidad de su alma. Esto fue así, de manera particular, a partir de los días en que tomó contacto con los escritos de San Juan de la Cruz y se familiarizó con la doctrina de San Pablo. Ella experimentó los fenómenos que describe santa Teresa en la última morada de su Castillo interior, cuando dice que conoce y gusta «por una noticia admirable que se le da al alma, y entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia, y un poder y un saber, y un solo Dios». El fruto de ese conocimiento y de ese gozo interior es cuanto la Beata Isabel de la Trinidad nos ha transmitido en sus escritos, espejo límpido de su alma.


Isabel de la Trinidad murió a los veintiséis años, a causa de la enfermedad de Addison, que a inicios del siglo XX no era curable todavía. Si bien su muerte era segura, Isabel nunca se desanimó, aceptó de buena gana aquello que – decía – era un “gran don”. Sus últimas palabras fueron: ¡Voy al encuentro de la Luz, del Amor, de la Vida!

El Papa San Juan Pablo II, la beatificó en París el 25 de noviembre de 1984. El 4 de marzo de 2016 el Papa Francisco promulgó un decreto reconociendo oficialmente un milagro atribuido a su intercesión y será canonizada el 16 de octubre de 2016.


Santa Isabel de la Trinidad

"Vivamos de amor para morir de amor y para glorificar a Dios que es Amor"
Un regalo del Carmelo para toda la Iglesia, una nueva Santa, Isabel de la Trinidad, que desde niña anheló buscar en lo profundo de su corazón el conocimiento y la contemplación de la Trinidad, vivió su vida siguiendo las huellas de su amor trinitario como siempre había soñado, "HACIA EL AMOR, HACIA LA LUZ Y HACIA LA VIDA".