“Misterio de la navidad de
Edith Stein”
Todos
en la vida necesitamos hacer un alto en el camino, especialmente cuando vamos a
celebrar un acontecimiento importante, la Navidad.
Edith
Stein fue una mujer que nació en 1891 en una familia judía. Durante su juventud
se planteó el reto de la búsqueda de la verdad, del sentido de la vida del
hombre, de su dignidad. Ello le llevó a hacerse atea, a buscar respuestas en la
ciencia, y en su búsqueda se topó con el Cristo que iluminó el sentido de toda
su vida.
El
escrito que da título a nuestra reflexión, El misterio de la Navidad, es el
texto de una de sus conferencias. La impartió en la ciudad de Ludwigshafen a
los miembros de la Asociación católica universitaria, el 13 de enero de 1931.
La fecha nos dice que Edith, como se desprenderá también del texto, hace una
mirada retrospectiva. Ello nos facilita a nosotros el camino.
En
una reflexión posterior, preparada por Edith Stein para la fiesta de la
Epifanía de 1940 escribía estas palabras que han de orientar nuestra vida, y de
un modo particular este tiempo que estamos por iniciar:
“En
ellos (los Magos) vivía un deseo puro de alcanzar la Verdad, que no se deja
contener en las fronteras de las doctrinas y tradiciones particulares. Dios es
la verdad y El quiere manifestarse a todos aquellos que le buscan con sincero
corazón; por eso, tarde o temprano tenía que aparecerse la estrella a esos
‘sabios’, para conducirlos por el camino de la Verdad. Por eso se presentan
ante la Verdad encarnada y, postrados ante ella, depositan sus coronas a sus
pies, pues todos los tesoros del mundo no son sino polvo en comparación con
ella.”
Aquí
ya encontramos subrayado uno de los elementos que han de caracterizar nuestra
vida: “el deseo puro de alcanzar la verdad”. Sabemos muy bien lo que ello
implica y significa: que hemos de liberarnos de todo prejuicio frente a las
personas, a las cosas, y frente a Dios. Es decir, nunca hemos de conformarnos,
si queremos valorar justamente al hermano, con ideas preestablecidas, ya sea
por alguna experiencia o porque nos han dicho, o porque simplemente no nos cae
bien.
Pero
esto mismo nos ocurre frente a Dios. El Adviento ha de ser un camino de
preparación y búsqueda: Dios quiere ser buscado siempre de nuevo. Él se deja
buscar para dejarse encontrar. Pero para ello necesitamos deponer “nuestras
coronas” a sus pies, es decir, nuestras ideas, conceptos, juicios.
En
la misma obra sigue escribiendo Edith: “También para nosotros los Magos tienen
un significado particular. Aún perteneciendo ya a la iglesia visible, percibimos
la necesidad interior de superar los límites de las concepciones y costumbres
heredadas. Nosotros conocíamos ya a Dios, sin embargo sentíamos que Él quería
ser buscado y encontrado de una manera nueva. Por eso, nos pusimos en camino a
la búsqueda de una estrella que nos indicara el camino recto. Y esta llegó a
nosotros en la gracia de la vocación.”
También
sería importante que por unos segundos nos planteásemos cuáles son esas luces
artificiales que nos impiden ver las estrellas, o cuáles son las razones o
motivos que nos detienen para seguirlas. Es una sugerencia al inico de nuestra
reflexión que recomiendo cada uno examine personalmente después en silencio, en
oración. Podría ser nuestra tarea para el adviento.
1.
Entrar en el espíritu de la Navidad
“Una
fiesta de amor y de alegría”, un dejarnos conducir “hasta el pesebre donde se
encuentra el Niño que trae la paz a la tierra” (p. 376). No se trata
exclusivamente de un hermoso sentimiento, sino ante todo de un abrir los ojos
frente a los valores fundamentales de la vida: el amor, la alegría y la paz.
Seguramente todo hombre anhelo eso para su vida, y nosotros también. El
misterio de la Navidad, nos recuerda, en primer lugar, lo que merece la pena,
lo que da sentido a nuestra vida, a la existencia de todo ser humano. Para
nosotros estos conceptos tienen un rostro, aparecen encarnados en el Niño Dios.
2.
Un espíritu que no parece brillar
Y
quizás la respuesta sea esta: “las tinieblas cubrían la tierra y Él vino como
la la luz que alumbra en las tinieblas, pero las tinieblas no lo recibieron. A
aquellos que lo recibieron, les trajo la luz y la paz: la paz con el Padre
celestial, la paz con todos aquellos que igualmente son hijos de la luz y del
Padre celestial....” Aquí tendríamos otro elemento para interrogarnos
personalmente: ¿vivimos esa paz? Y la respuesta nos ayudará a valorar si
realmente hemos acogido en nuestras vidas al Niño de Belén: ¿le hemos dado
posada? ¿Con él nos comportamos como los pastores, los magos, San Esteban? ¿O
como Herodes y los escribas y fariseos?
3.
Navidad: adentrarnos en la vida de Jesús
Es
ahora cuando decididamente emerge el auténtico significado de lo que es la
Navidad: Cristo ha venido para unirse a nosotros, para que toda la humanidad
sea una en Dios. Pero el camino es el de cumplir con su voluntad.
“Dios se hizo Hijo del
hombre para que todos los hombres llegaran a ser hijos de Dios” (381) Sólo esta
frase tendría que ser más que suficiente para que captásemos las profundas
implicaciones del misterio de la Navidad en nuestra vida.
También
el misterio de la Navidad nos revela el modo sencillo de obrar de Dios: todo
entorno a Jesús acontece casi en el más estricto de los silencios y de la
simplicidad.
Otro
gran mensaje de la Navidad es que todos somos hermanos, que el Niño Dios nos
invita a vivir de esta manera el espíritu navideño, como el único camino que
realmente puede transformar la humanidad: “Si Dios es Amor y vive en cada uno
de nosotros, no puede suceder de otra manera, sino que nos amemos con amor de
hermanos. Por eso precisamente es nuestro amor al prójimo la medida de nuestro
amor a Dios.
La
única vía posible es que ahondemos cada vez más en el amor de Dios, que
descubramos hasta qué punto Dios me ama...
La
dinámica que nos propone Edith, desde el ejemplo de Jesús y María es el de
hacer de la voluntad de Dios nuestra única voluntad. Los párrafos de Edith son
de una riqueza inmensa, aún en su brevedad. “Ser
hijo de Dios significa: caminar siempre de la mano de Dios, hacer su voluntad y
no la propia, poner todas nuestras esperanzas y preocupaciones en las manos de
Dios y confiarle también nuestro futuro”.
4.
Para vivir siempre en el espíritu de la Navidad
Edith ofrece dos caminos que pueden ayudarnos
a vivir, descubrir y comprometer nuestra vida con cuanto la Navidad significa.
En la eucaristía y en la oración nos encontramos cara a cara con el Niño dios,
con su palabra, con su persona. Él nos sostiene y da la certeza interior de que
podemos vivir según su voluntad.