“Todos
estamos llamados a comprender y vivir el amor de Dios, a experimentar su
misericordia infinita, en todos los estados de la vida y a cualquier edad”, con
estas palabras Isabel de la Trinidad explicaba a una joven adolescente la
grandeza de la misericordia de Dios (Carta 324) y la animaba a seguir a Cristo
en el camino del servicio.
Como
cada 8 de noviembre, se recuerda en el Carmelo la figura y la obra de la Beata
Isabel de la Trinidad, también conocida como Isabel de Dijón. Fue una religiosa
y mística francesa de la Orden de los Carmelitas Descalzos, nació el 18 de
julio de 1880 en el campo militar de Avor, diócesis de Bourges (Francia). En
1901 ingresó en el Carmelo Descalzo de Dijon, donde profesó en 1903. Allí
falleció el 9 de noviembre de 1906 para irse – como dijo ella – “a
la luz, a la vida, al amor”.
Adoradora
auténtica en espíritu y verdad, llevó una vida humilde, acrisolada por intensos
sufrimientos físicos y morales, en alabanza de gloria de la Trinidad, huésped
del alma, hallando en este misterio el cielo en la tierra y teniendo clara
conciencia de que constituía su carisma
y misión en la Iglesia. Desde pequeña, “Sabeth”, como la llamaban
cariñosamente, tenía un temperamento muy vivaz. Después de que recibió la
Primera Comunión en 1981, Isabel se volvió muy calma y tranquila, abierta a la
relación con Dios (sobre todo con la Trinidad) y con el mundo. Cuando entró al
coro parroquial comenzó a hacer obras de caridad, como asistir a los enfermos y
enseñar el Catecismo a los niños que trabajaban en las fábricas.
Isabel
de la Trinidad, a pesar de su juventud, deja ver una evolución muy clara en su
vida respecto a la misericordia de Dios. No olvidemos que nació en la Francia
jansenista, donde el temor a Dios acosaba a los fieles, llenándoles de
turbaciones, escrúpulos y desalientos. Isabel, antes de entrar al Carmelo,
comienza a leer a Santa Teresa de Jesús y la Historia de un alma de Santa
Teresita (que entonces no era sino una joven francesa que había muerto en un
Carmelo recientemente) y ambas le impactan profundamente. Su relación con Dios,
un Dios amigo y amoroso siempre y en toda circunstancia, es algo con lo que la
próxima postulante al Carmelo se siente identificada.
Isabel
de la Trinidad es un ejemplo relevante de la fuerza del amor y de la eficacia
de la oración, en orden al conocimiento perfecto de Dios. Por ese camino descubrió
los matices del misterio trinitario, y lo vivió según la plenitud de la
capacidad de su alma. Esto fue así, de manera particular, a partir de los días
en que tomó contacto con los escritos de San Juan de la Cruz y se familiarizó
con la doctrina de San Pablo. Ella experimentó los fenómenos que describe santa
Teresa en la última morada de su Castillo interior, cuando dice que conoce y
gusta «por una noticia admirable que se le da al alma, y entiende con
grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia, y un poder y un saber,
y un solo Dios». El fruto de ese conocimiento y de ese gozo interior es cuanto
la Beata Isabel de la Trinidad nos ha transmitido en sus escritos, espejo
límpido de su alma.
Isabel
de la Trinidad murió a los veintiséis años, a causa de la enfermedad de
Addison, que a inicios del siglo XX no era curable todavía. Si bien su muerte
era segura, Isabel nunca se desanimó, aceptó de buena gana aquello que – decía
– era un “gran don”. Sus últimas palabras fueron: ¡Voy al encuentro de la Luz,
del Amor, de la Vida!
El
Papa San Juan Pablo II, la beatificó en París el 25 de noviembre de 1984. El 4
de marzo de 2016 el Papa Francisco promulgó un decreto reconociendo
oficialmente un milagro atribuido a su intercesión y será canonizada el 16 de
octubre de 2016.
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