Síntesis del pensamiento mariano de San Juan de la Cruz
En
comunión con el misterio de Cristo. En los Romances sobre el Evangelio de San
Juan (nn.8-9), clave bíblica de toda la doctrina de San Juan de la Cruz en la
perspectiva de la historia de la salvación, la Virgen aparece en el esplendor
de su comunión con la Trinidad, en su privilegio y misión de ser Madre del
Verbo Encarnado, en la aceptación y consentimiento de la obra de la redención;
la Virgen María es testigo del misterio, "Madre graciosa" que trae en
sus brazos a Dios, Esposa-Iglesia y Humanidad en la que se han consumado los
desposorios de Dios con el hombre: "abrazado con su esposa, que en sus brazos
la traía".
El
vértice de esta comunión se alcanza en la cruz, cuando la Virgen participa en
el dolor redentor de Cristo, aunque esté exenta de pecado, y no sufra porque
tiene que ser purificada, sino porque Cristo la asocia a su acción salvadora
(Cántico B, 20,10; Cántico A 29,7).
Modelo
de contemplación y de intercesión, Modelo de confianza, discreción y atención en
las Bodas de Caná, la Virgen hace valer su poderosa intercesión ante su Hijo:
"El que discretamente ama no cura de pedir lo que le falta y desea sino a
representar su necesidad para que el Amado haga lo que fuere servido, como
cuando la bendita Virgen dijo al amado Hijo en las bodas de Caná de Galilea, no
pidiéndole derechamente el vino, sino diciéndole: "No tienen vino (Jn
2,3)".
La
presencia de la Virgen está implícita en este pensamiento del Santo: "Una
palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno
silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”. María es el silencio
contemplativo que ha acogido la Palabra.
Por
eso Juan de la Cruz, uniendo siempre María y Cristo, puede exclamar:
"la
Madre de Dios es mía" (Oración del alma enamorada).
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